Por Yasmín Olid
Y llegó a su madurez. El escritor Pedro Mairal rompió definitivamente los lazos generacionales que lo unían a la nueva vanguardia literaria para conformar una obra donde el tiempo y el río son dos ejes fundamentales.
A los nueve años, Juan Salvatierra quedó mudo después de un accidente a caballo.A los veinte, empezó a pintar en secreto una serie de larguísimos rollos de tela que registraban minuciosamente la vida en su pueblo del litoral. Tras la muerte de Salvatierra, sus hijos viajan desde Buenos Aires para hacerse cargo de la herencia: un galpón inmenso atestado de rollos pintados.Intrigado por la obra monumental creada por su padre, el hijo menor se dispone a ordenarla. Junto con las telas, desenrolla una intriga de secretos familiares que se hunde en el pasado y echa sus sombras sobre el presente. Salvatierra parece haberlo pintado todo. Profuso como la flora y la fauna que pueblan la ribera, el cuadro se impone sobre la realidad y la desborda. Miguel necesita encontrar el rollo faltante para que el cuadro no sea infinito, para que tenga un borde, un límite. Para tener una vida que no haya sido pintada ya por Salvatierra.Pedro Mairal es uno de los más sólidos y versátiles escritores argentinos actuales.
A medida que las páginas van pasando uno entra en un sopor que adormece, como el de Barrancales, el pueblo que Mairal inventó para situar su novela.
Sin embargo hay algo que no se puede negar. La perfección con la que está escrito hace recordad a "El Coronel no tiene quien le escriba" de García Márquez y algún que otro cuento de Borges.
Mairal ya maduró. Si uno no supiera su pasado, si como él dice, hubiese publicado este cuento con seudónimo, uno podría creer que el escritor es un hombre grande, consagrado y con un manejo de la palabra que llega a la perfección. Pero, por otro lado, la velocidad de sus otras novelas, Una noche con Sabrina Love y El año del desierto, se siente ausente.
La historia literalmente se desenrolla en esta novela. El presente se resignifica a partir que el hijo menor de Salvatierra desentierra el pasado de su padre.
Una obra entera dedicada a la búsqueda de la finitud, a un continuo movimiento tempo-espacial.
Un hijo que quedó atrapado dentro del cuadro de su padre y un escritor que, a pesar de consagrarse entre los grandes, no fue lo que mejor escribió.
Un libro para leer a la hora de la siesta, debajo de un sause, al lado del Río Uruguay.
lunes, 30 de junio de 2008
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