Por Yasmin OlidGalería de arteEntrada libre y gratuitaMagallanes 890Llego a Magallanes al 800, casi casi al final de la cuadra.
Entro al
conventillo Verde y ZEN. Música zen me recibe mezclándose con la batucada que avanza por caminito.
La música me va trasladando y sometiéndome a una alucinógena visita por esa casa de 140 años, como predican los carteles en español e inglés que cuelgan en sus paredes. Español e inglés, por que caminito es un crisol de etnias y no por que llegaron hace más de cien años en barcos de carga, sino por que turistas alemanes, ingleses, colombianos y quien sabe de donde más se codean entre ellos al intentar evitar a los
“atrapaturistas”.
- Oye chica, ven aquí, no quieres comer una rica pizza – promulga una voz falsificadora de acentos.
- No, gracias – repito yo, por décima vez, demostrando que no soy de aquí ni soy de allá.
- ¡A pero sos Argentina! – se sorprende. Como si fuera que no se encuentra en La Boca, donde el color de piel, los rulos y cualquier facción no gauchesca no se ha hecho más argentina que en cualquier otra parte.
“Hace más de diez mil sueños que sueño”, se lee en la pared. Yo creo que hace más.Justo arriba de ese rústico cartel, “La isla de la utopía” de Celia Güchal. “Acrílico sobre tela”, y un remolino de colores y sensaciones. Me creo uno de sus personajes, una niña y un niño que miran hacia arriba esperando ese sueño que, por ser utopía, nunca va a llegar.
Barcos,
tangos,
tangueros,
tangueras. Caminito multiplicado, visto desde diferentes perspectivas, con sombras, desformado, más lindo que nunca, casi irreconocible. Las paredes parecen caerse encima de uno. Los cuadros las pesan y a uno le da miedo, por que tiene 140 años.
El cuadro “Pachamama” logra cautivarme. Hojas como pelos amarillos se ramifican mientras que un ría de lava vive y fluye. ¿Pero hacia dónde? ¿Nace o muere? ¿Sube o baja?. Recuerdo, y me tranquiliza, que cada cuadro representa lo que mis ojos quieren ver. Decido que nace. Decido que va hacia arriba venciendo la fuerza de la realidad. Decido, finalmente, que todo es posible si yo lo quiero.
1863. el año en que El Conventillo Verde fue creado. Sus escaleras crujen. Las figuras de metal que dan la bienvenida parecen fuerte frente a esta casa reacondicionada en el 2001, en plena crisis.
“Iruya”. Todo el verano se me viene encima de nuevo. “Vertigo de Maimará”, y recuerdo la noche que acampé al lado de un cementerio, en medio de esa quebrada humaüaqueña.
Líela Sabah, otra de las artistas que exponen, acapara mi atención. Dos personas se unen en un cuadro sin nombre. Con las manos alzadas, y compartiendo un mismo vientre, parecen remitirse al génesis.No me queda rincón por recorrer.
Me voy caminando, irónicamente, por caminito. Los
“atrapaturistas” que ya me reconocen no se acercan, saben que no voy a aceptarles sus pizzas o bailes de tango por quince dólares.
Como llegué me voy. Viendo de nuevo el “vapor de la carrera”, donde veinte años antes solía pasar noches enteras para cruzar el río. Es domingo al mediodía y mi mamá llama. El agua ya está puesta, solo falta avisar cuando estemos cerca para meter los fideos.